La Casa Redonda y su tiempo

Sin voz y con una dirección se acerca al oráculo de una mirada. Ya el día rememora sus pasos con un nombre y un rumor de lágrimas. Virginia, tomando la luna desde un destello, escribe con la memoria de un sueño. Atada a su recuerdo, bajo el techo de su cobertizo lejos de Londres, traza el momento con un silencio sin retorno.

Era el año de 1900 y más. Se perdían las estaciones entre los sonidos del día. Virginia recorría, en tiempo pausado, cada parte de sus textos al tiempo que seguía con la mirada el movimiento de un jardín.

La modernidad de la vida en Londres se volcaba hacia el descubrimiento de lo espléndido, de la literatura de etiqueta, donde los artistas de Bloomsbury tomaban el timón del rumbo certero. El barrio contaba la historia. Los artistas regresaban a lo inesperado.

“¿Y hacia dónde camina la historia? Hacia una taza de té frente a una chimenea al centro de aquella casa frente a Gordon Sq. en el barrio de Bloomsbury. La idea de no escuchar el espacio más lograr dibujarlo y leerlo, componía la sinfonía del camino, del nuevo camino hacia el sur del Reino Unido. Era el impasse de la ciudad, del Londres que abatía sus calles sin un compás, sin el recuento de un callejón escondido en un tiempo sin voz.

En el año de 1919, junio quizá, Virginia compró una casa, la “Casa Redonda” en el callejón de Pipe, en el condado de Lewes, por la cantidad de £300 libras. La misma, construida en el año de 1801, durante el reinado de la reina Victoria, fue por un largo tiempo el molino de viento de la ciudad. Fue un aire que reflejaba el romper de un paraíso nunca perdido, de un espacio que surgía entre los habitantes de un condado teñido de un olvido de antaño.

El mismo año en que Virginia compró la “Casa Redonda”, en uno de sus paseos matutinos, descubrió Monk´s House, y cambió su rumbo. Vendió la casa y compró Monk´s House, en Rodmell. “Me enamora y me ilumina más un huerto y un jardín que un círculo de ladrillos sin movimiento ni dolor.” Sin embargo, antes de venderla y de nunca vivirla, recorrió con la memoria y el aroma de un duelo, los escalones que en un espiral cubrían los secretos del recinto.

De un primer paso, recordó aquella mañana, en la que con el goce de un sonido que se escuchaba lejos y un aroma que se sentía tan cerca, se diluía aquel retrato escondido detrás del recuerdo. La “Casa Redonda” fue propiedad de su bisabuelo Alfred. Sin saber el motivo de la compra y más allá, de la venta, Virginia sólo pensaba en la tintura de cada escalón en espiral que pudiese contarle una historia escondida.

Había escuchado la magia de un paso y la ausencia del siguiente que rompía en dos momentos: el de la historia verdadera y aquel que existía en su recuerdo, en el paso de un tiempo que vivió fugaz e incierto. La “Casa Redonda” en el callejón de Pipe tenía su brillo y el espacio idóneo para escribir con un dejo de realidad y otro de ficción. Virginia, al unísono de un resplandor, y sentada en su ático en Londres, escribía en su diario: “Compramos una casa en Lewes, en la exaltación del momento. Es la parte final de un antiguo molino de viento, por lo que todas las habitaciones son completamente redondas o semicirculares”¹.

Sin embargo, Leonard pensó que a pesar de la historia que envolvía la casa, un espacio cerrado, no ayudaría a la salud de Virginia. El enigma de lo circular envolvía la perfección para la creación única de un artista. Para Virginia, el espacio abierto, con un huerto y un jardín, como lo era Monk’s House, avivaría la transparencia de un aire que borraba el dilema de una escritura más clara.

Cambiar de dirección era un paso ligero ya que la superficie seguía dentro de Lewes, en los South Downs, cerca de Charleston. La tinta del paisaje que lo rodea habla con la misma curiosidad y apego inherente de los artistas de Bloomsbury, Charleston y los alrededores contaban las historias y trazaban Lewes en un torrente de creación artística.

“Que bellas calles, con sus grandes arboledas de oscuridad y un espacio con luz que permite buscar un camino por la noche. En este día con su noche, escribiré un tiempo que no regrese. Sólo así recordaré hasta el infinito, aquellas habitaciones redondas y semi circulares que le negaron el espacio a mi tinta, y a mi locura”, escribió Virginia en su diario. “Si hoy lloviera, el agua correría sin temple y con fuerza en espiral. Pienso en mis libros y en mis diarios. Quizá hoy no existirían más. Quizá en su inexistencia, podría reescribir mi historia”.

Sin un minuto más, Virginia añoró por años el ritmo de la “Casa Redonda”. Dudó pero nunca volvió. Quizá reescribir su historia vendría de otra manera, desde otro momento y con un laberinto de imágenes y sonidos jamás escritos.

1. Esta frase se encuentra plasmada en una placa fuera de la “Casa Redonda”. https://openplaques.org/plaques/43699

 

* Como dato informativo: El callejón Pipe, donde se encuentra “La Casa Redonda” es parte del patrimonio de Lewes.

Cartografías

Hablar de Virginia Woolf es llegar a Londres

Subscribe
Notify of
guest
0 Comments
Oldest
Newest Most Voted
Inline Feedbacks
View all comments