El diario de la escritora

Tres pasos y un suspiro concedían al camino una historia irrepetible. Coincidir con la sombra de un siglo detenía el paso de la escritora. Las calles se perdían y se encontraban tras los años. Virginia concedía cada minuto de sus pasos a la escritura de un diario caminar por las calles de Londres. 

En una mañana de invierno, cuando la cuidad se detenía frente a la neblina, Virginia diluía con añoranza los espacios que envolvían su inspiración. El ritmo de sus diarios y el sonido álgido de las conversaciones frente a una chimenea componían la cotidianidad en su vida. Vivir los días fríos rodeada por los colores de su ático en Tavistock Square la llevaban a reinventar cada imagen escondida detrás de la bruma.  

Tras atenuarse la neblina, Virginia retomaba lo cotidiano. 

Caminar hacia la casa número 44 de Bedford Square ¹ en el barrio de Bloomsbury, la llevaba a recordar en minutos los momentos de alegría, bohemia y esplendor que se vivían ahí hasta la madrugada. Era la casa de Lady Ottoline Morrell: anfitriona y mecenas de las artes, de cabello rojo cobrizo y ojos color turquesa, nariz alargada y mandíbula prominente. Detrás de las paredes color magenta y un cuadro que esbozaba el paso del tiempo, existía un salón diseñado desde su mirada donde entre guiños y tropiezos gozaba con los amigos y reía en el barrio desde el regocijo y la satisfacción de saberse unidos. En segundos mágicos retrataba los instantes que quedarían plasmados en cientos de fotografías. La mirada encendida de Lady Morell enlazó anécdotas que pintaron los rostros de los amores y desamores, de la alegría, del dolor y de la ausencia. 

En la inmediatez de sus pasos sin perder el trayecto, Virginia revivía, al pasar frente a la casa 44, que “solía existir una gran dama en Bedford Square que logró hacer que la vida pareciera un poco más divertida, interesante y aventurera.” Rememorar así el brillo turquesa y retomar el camino, construía las palabras que quedaban en Bedford Square y continuaban en la nostalgia de la escritora. 

En Londres caminaba entre narración y relato. El ruido de lo citadino la llevaba por caminos encontrados, a veces conocidos, a veces anónimos. El diario de su caminar era también el diario de su escritura. “No existe nada más secreto que un diario. Lo que revela explica lo que uno es” repetía Virginia mientras caminaba hacia los secretos de una casa que acumuló los destellos de su juventud. 

El número 29 de Fitzroy Square ² a sólo unas cuadras de su primer domicilio en Bloomsbury, contaba aciertos y revelaba un eco de rebeldía. Llena de aire libre, y reviviendo el espacio de aquellos años, recordó el aroma del segundo piso donde entre polvo y humo de cigarrillo se acumulaban libros y diarios con hojas blancas. Desde su ventana con vistas hacia la plaza, Virginia se sentía cautivada: “Todas las luces en la plaza están encendidas, se torna gris plateado; hay mujeres jóvenes que aún juegan tenis en el césped”. También escuchaba el golpe sutil de las hojas secas contra las bancas. La vida, recordó, brillaba e intuía un espacio prolífico para la escritura. Tocar las páginas de cada uno de los diarios bosquejó la historia que ahora camino. 

Las horas fluían en el haber de la cotidianidad. El diario del camino inspiraba un nuevo momento. Sin abandonar el barrio de Bloomsbury, y en el correr de los recuerdos, la casa 38 de Brunswick Square ³ disolvía el trayecto individual. Convertida en una casa comunal compartida con los varones del grupo de Bloomsbury, la mirada pública juzgaba su imagen. Sin embargo, Virginia, completa de madurez, escribía a Lady Morrell que vivir así, en pisos disímbolos y descompuestos “es mucho más agradable, más tranquilo, inclusive hay un cementerio detrás. Vamos a probar todo tipo de experimentos”. Fue así como la simplicidad, la luz y la continuidad de una complicidad marcaron el número 38 en minutos de libertad. 

Reconfigurar el barrio tras el recuerdo de un pasado, pintado de un presente e imaginado hacia un futuro, marcaban la distancia entre los párrafos del regreso a la escritura en Tavistock Square. En un círculo de doce minutos se perdía, recordaba Virginia, la cordura de la historia inconclusa. Escribirla era recuperar la secuencia de cada pausa fundida en cada minuto de nuestra existencia. 

Regresar a Tavistock Square implicaba tomar un rumbo distinto. Aquellas casas del barrio, cada una con sus relatos, respondía a un diario que contaba lo secreto y lo mundano. Tras abrir con lentitud la puerta de la casa 52 de Tavistock Square, sentir el aroma del té que marcaba las cinco de la tarde en punto, concedía el descanso a la escritora. En el recuento del trayecto diario, Virginia escribía que “la vida se acumula a tal velocidad que no da tiempo de escribir con la misma rapidez de las emociones que provoca”. 

El diario de la escritora trazó mañanas desde la neblina. Concluyó cada día para dar un nuevo comienzo al reencuentro con las casas que vivió. Los secretos y las vivencias coleccionadas entre todos dibujó la dimensión de un barrio con una historia irrepetible.

1. Bedford Square es un espacio privado que sólo abre sus puertas durante el Open Garden Squares Weekend.

2. El número 29 de Fitzroy Square fue la residencia de George Bernard Shaw entre 1887 y 1898. Virginia Woolf habitó la misma casa entre 1907 a 1911.

3. John and Isabella Knightley, personajes de “Emma”, novela de la escritora Jane Austen, vivían en Brunswick Square.

 

* Como dato informativo: Gran parte de las fotografías tomadas por Ottoline Morell se encuentran resguardadas en la Biblioteca Británica.

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