El Londres de Virginia

Londres caminaba ante la mirada de Virginia, a veces parco, a veces desmedido, pero siempre lúcido siguiendo los pasos de la escritora que lo encendía desde su pluma. Londres era el personaje. El personaje inmerso y cómplice en las novelas que creaba Virginia en su caminar por la ciudad y sentada en su estudio de 52 Tavistock Square. 

Sin embargo, Londres, su ciudad natal, debiese ser también protagonista. Y debiese serlo para continuar existiendo como personaje en la mente inquieta y creadora de Woolf. 

“¿Cómo es Londres, Virginia?” Calles bulliciosas, así como la bruma en los muelles, abadías y catedrales, las casas de los grandes personajes rodeados de arte, la política y un sillón delante de la chimenea, respondían a esta pregunta. Había que contarlo, había que decirlo, había que escribirlo. “Londres” ¹ se transforma en una serie de seis relatos que exploran la vida y la cadencia de la ciudad en los años 30.  Virginia los escribe entre febrero y abril de 1931 después de concluir “Las Olas”, novela conformada de monólogos simbólicos exquisitamente refinados. Quizá después de escribir una novela tan experimental como “Las Olas”, su esencia le pedía un contacto más cercano con su cotidianidad y su ciudad: “capturar trocitos del flujo de la vida cotidiana” como se refería E.M. Forster al estilo de Woolf, relatar imágenes, sucesos y tradiciones significativas que componen la emotividad aunada a la geografía de Londres.  

Para escribir sobre los muelles de Londres, hay que caminar entre la bruma del puerto y observar como los barcos anclan o desaparecen en el horizonte. Virginia argumentaba que para escribir su relato “Los muelles de Londres” debió subir a una barca para visitarlos y así poder escuchar las adaptaciones de la lengua inglesa vinculadas al comercio “ya que se forman de manera natural en la punta de la lengua.” En esas imágenes fotográficas que componían el proceso creativo de Virginia, escuchar un debate en la Cámara de los Comunes estructuraba otro de los relatos que dibujan la actividad constante y movible de la ciudad:  ‘Ésta es la Cámara de los Comunes’, aquella en la que una voz guía el inicio de las sesiones, ahí en donde se reconstruye el mundo actual en forma de edificios y se dejan de hacer estatuas, a lo que Virginia agrega: “veamos si la democracia que construye edificios supera a la aristocracia que modelaba estatuas”. La actividad dentro del Palacio de Westminster bajo la batuta de la Cámara de los Comunes modificaba, según Woolf, los destinos de los ciudadanos decidiendo, entre otras cosas, la velocidad a la que los londinenses debiesen conducir sus automóviles a lo largo de Hyde Park. Inclusive decidían si había guerra o apostaban por la paz.

Al conjuntar sucesos de la vida diaria, Virginia seguía recorriendo “El oleaje de Oxford Street” en donde es imposible encontrar una ruta con un fin certero: todo apunta a un bullicio ensordecedor. Transitar a pie la longitud de esta calle, significaba un reto para cualquiera que quisiese detenerse a comprar un paraguas o un par de guantes. Empujones y tropiezos, gritos y ofertas, conversaciones de “banqueta”, mareas de gente con pasos rápidos, eso es el oleaje de Oxford Street. Para Virginia, merodear escondida en su saco largo y su sombrero avivaba un maremágnum de ideas, rompía el paso de sus calles cotidianas para devolverla con otra mirada a 52 Tavistock Square. 

El Londres de Virginia se componía también de las “Casas de grandes hombres” en donde se conservaban las sillas en las que se sentaron, las tazas en donde bebieron té e imprimieron sus personalidades. Las calles caminadas a la casa del poeta británico John Keats en Hamsptead Heath o el filósofo Thomas Carlyle, significaban un ícono para la cultura de la capital. Redondear la arquitectura con las “Abadías y Catedrales” daba significado a la magnificencia de la ciudad que alberga a la catedral de Saint Paul, gigantesca e imposible de evadir ante la mirada. 

Virginia convierte a Londres en su protagonista profundizando en un todo: en la belleza, en lo público y en lo cotidiano. La londinense debe escribirse.  

“Retrato de una londinense” ² es la entrada al Londres que rinde homenaje a la esencia de aquella mujer que se sentaba en un sillón frente a la chimenea, ahí en donde tomaba el té, en donde transcurría su vida y su existencia. Desde la cotidianidad de la Sra. Crowe, el personaje que retrata a la sociedad tradicional y costumbrista de Londres, Virginia recorre en una colección de conversaciones su propia realidad en los rincones de las casas que habitaba. La Sra. Crowe, “coleccionista de relaciones” construía en la sala de su casa un mundo entramado a veces lleno de “intelectualidades” y la mayor parte de “chismes” relacionados con la sociedad londinense. Entre la hora del té y el abrir y cerrar de la puerta en la casa de la Sra. Crowe, Virginia refleja el movimiento de una ciudad que no sólo ofrece espectáculos y remolinos bursátiles plagados de industrias, sino un lugar en donde “la gente se conoce, habla, ríe, se casa, muere, pinta, escribe, actúa, gobierna y legisla” a partir de lo cual agrega, que, para tal fin, resulta esencial conocer a la Sra. Crowe. 

Y es así como Londres queda suspendido en la dimensión de lo posible. Entre contrastes y similitudes, la ciudad que tanto amó Virginia se convirtió en un homenaje a su existencia. La mirada seductora de Londres envolverá por siempre el eterno de cada caminante que rodea con sus pasos el esplendor de esta ciudad.

Londres, por siempre.  

1. Los relatos fueron solicitados y publicados por la revista femenina Good Housekeeping

2. El texto estuvo perdido por años. Se encontró en la biblioteca de la Universidad de Sussex, situada a diez minutos de la casa que Virginia habitaba en la localidad de Lewes: Monk´s House.

 

* Como dato informativo:  En el 2004 se colocó un busto de bronce de Virginia en Tavistock Square justo en la esquina más cercana a su apartamento. El busto es una réplica del original creado por Stephen Tomlin en 1931.

Cartografías

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