Escribir las calles de Londres
Trazaba el ritmo de un sonido y contaba cada tiempo de lluvia. Descomponer la simetría de su vida implicaba encontrarla en el silencio de la cordura. El día pasaba y las calles contaban su ausencia. Virginia caminaba desde su escritura con la promesa de devolver a cada paso el instante de una nueva palabra.
Recorrer el Londres que se escribía implicaba pasar por cada esquina del barrio, escuchar de cerca las conversaciones de quien se detenía, de quien seguía y de aquel que pretendía contar su historia. Los libros se escuchaban y las partituras callaban en secreto.
En el año de 1930, Virginia regresaba del murmullo de un sueño. Pensaba en escribir las historias que la escucharon desde un primer respiro. “Gordon Square” recordaba al tiempo que seguía con el pensamiento el suspiro de su memoria. “Las escaleras, los cuadros, la cadena detrás de una puerta y el aroma de lo que existió componían el recuento de lo que comenzaba. Recuerdo a Vanessa en el movimiento de un nuevo hogar, de la lentitud del tiempo que quería sonar con prontitud y de la felicidad de estar en un Londres que se escribía sin detenerse”.
Dejar el ensueño en su ático y circundar las calles tomaba un rumbo distinto.
Tras pasar sin mayor anhelo frente a la casa 46 de Gordon Sq. Virginia se detenía en el número 51 de la misma acera. Recordaba la correspondencia que mantenía con Lytton Strachey, aquella que dibujaba la simetría de una amistad que se extendió para no volver. “Se acortaron las distancias” evocaba Virginia en un pensamiento de añoranza. “Y se escribieron las conversaciones que guardaron nuestros secretos detrás de un sobre sin sello”.
Fue así como al paso por las calles de Londres, los integrantes del grupo de Bloomsbury construían en bosquejos el futuro de sus pasos en el arte y la literatura. Brillaban en un ensamble de colores y tinta sobre un lienzo que apuntaba el rumbo de cada lugar que se escribía. El camino hacia la finca de Charleston en donde crearon un mundo que logró matizar la belleza y la libertad comenzaba aquí, en el espiral de un barrio que retrató la historia de su camino.
Regresar a su ático en la casa 56 de Tavistock Sq., tras cruzar la plaza, Virginia retomaba la lectura de aquellos cuentos¹ que mostraron su agudeza y su talento desde sus primeros trazos. Tras recorrer con la mirada el librero empolvado, fija la mirada en aquél cuento que marcó el comienzo de su estilo introspectivo en la escritura.
El cuento “La marca en la pared” ² escrito en primera persona y en donde la narradora advierte la existencia de una marca en la pared, reflexiona sobre el funcionamiento de la mente, de la naturaleza y la incertidumbre. Atenta a lo escrito años atrás, Virginia, sentada cerca de la ventana de su ático, repasa el primer párrafo del pequeño libro: “Quizá fue a mediados de enero del presente año cuando levanté la vista y vi por primera vez la marca en la pared. Para saber el día exacto es preciso recordar lo que una vio en ese momento. Por eso ahora pienso en el fuego, en la constante luz amarilla sobre la página de mi libro, en los tres crisantemos en el florero de vidrio sobre la repisa de la chimenea. Sí, seguramente era invierno, y terminábamos de tomar el té. Recuerdo que fumaba un cigarrillo, cuando levanté la vista y vi la marca en la pared por primera vez.” ³ Tras finalizar la lectura de un primer párrafo, sin tono y con la alegría del recuerdo y de continuar el día, Virginia revive el momento para seguir plasmando sus pasos por las calles invernales de Londres.
Para el año de 1931, la ciudad tomaba un ritmo insospechado. Escribir sus calles implicaba conocer más allá de la cotidianidad. Virginia, en compañía de su hermana Vanessa, recorrían el azul de un horizonte que prometía una escritura detrás de la bruma. Ir más allá, hacia el sur del Reino Unido, implicaba regresar con la imagen de una voz que revivía el otoño sin un recuerdo. “Los londinenses” decía Virginia, “se escriben desde sus calles y sus voces”.
También había pausas en el frenesí. Mirar hacia atrás y pensar que las calles de Londres hablan sobre los muelles, sobre el bullicio en las calles y las casas de los grandes hombres. Se escucha el debate en la Cámara de los Comunes y la arquitectura de las abadías y catedrales. Y al terminar el camino, el retrato de una londinense.
Y así, al final del día, del espacio recorrido, sentada frente a su ventana, Virginia pensaba: “Este es el minuto en que escribo Londres con mi corazón, cuando termino el día y veo como vibran sus calles atenuadas por las luces, como permanece la arquitectura añeja y la neblina que marca su existencia”.
Londres se escribe con sus calles, con una marca en cada esquina compuesta por un suspiro. Virginia escribió una ciudad colmada de pasados y de presentes, una ciudad que encontró en cada calle un cómplice y una ausencia que caminó con el tiempo de su escritura.
1. Kew Gardens (1919), The Haunted House (1921), The New Dress (1927).
2. Publicado en el año de 1917 por la editorial Hogarth Press (título original en inglés The Mark on the Wall).
3. Fragmento tomado del cuento The Mark on the Wall (traducción al español por parte de la autora).
* Como dato informativo: Desde muy temprana edad, Virginia Woolf plasmaba en sus cuadernos literarios su estrecho vínculo con la ciudad de Londres. Varios de estos testimonios escritos se encuentran en la Biblioteca Británica.