El barrio de Bloomsbury
Hay un instante que nos cuenta el secreto. Hay otro que lo abandona en la historia. El barrio de Bloomsbury marcó el momento. Componer el ritmo de las letras y los pinceles alrededor de sus calles bosquejó el color del trayecto que sigue tras un respiro.Virginia recuerda su historia, escribe su presente y traza un futuro en la inmediatez del minuto que recupera por las calles de Londres.
Hablar en pasado construye la memoria. Lograr contar las emociones que desprende un espacio en el presente envolvía los pasos que escondía la escritora. Caminar por los instantes de sus palabras recuperaba el significado del momento.
En el año de 1920 el paisaje literario y artístico de Londres vivía tiempos de algidez. Los ratos libres se vivían en la sinfonía de la creación. Bloomsbury resonaba en el ápice del intelecto citadino donde el pensamiento creativo y la visión crítica tocaban las notas de un futuro colmado de vivencias. Los edificios de estilo gregoriano circundaban las plazas que completan la identidad del barrio. El museo de Charles Dickens, en la antigua casa del autor, mostraba las conexiones entre la vida del escritor y la de sus personajes.
Desde la casa 46 de Gordon Sq., Virginia componía su presente. El círculo de amigos debatía entre prosa y poesía. Los momentos se vivían en una época donde construir la mirada intuía una noche alrededor de la chimenea. El espacio privado significaba coleccionar sueños, aprender del sonido de los demás y del furor de un nuevo día.
Gordon Square sabía historias del pasado. Había dado espacio al inicio de un grupo de amigos que llegaron desde Cambridge para acomodar el mundo de las ideas. Bajo el precepto de que “los principales objetos de la vida eran el amor, la creación y el disfrute de la experiencia estética y la búsqueda del conocimiento” comenzaron a trazar instantes que sonaban al aroma de la verdad y del presente.
Las escaleras crujían, el terciopelo violeta que recordaba la época victoriana se perdía en las paredes blancas; el nuevo espacio dejaba a un lado las lámparas de gas al tiempo que se iluminaba con luz eléctrica. Desde el balcón del segundo piso, Vanessa dibujaba en trazos encontrados los colores de la plaza. Gordon Square se convertía en la extensión de sus pinceles y de su vínculo cotidiano con el barrio.
Virginia vivía en la parte superior de la casa donde tenía una habitación con vistas a los jardines de Gordon Square. En su ensayo titulado “Old Bloomsbury” ¹ escrito en 1922, Virginia describe a Gordon Square como el lugar más hermoso, emocionante y romántico del mundo: “es asombroso estar de pie en la ventana del salón y mirar todos esos árboles, sentir la luz y el viento fresco, una sensación tan distinta de la intensa penumbra roja de Hyde Park Gate”.
Recorrer la sensación de las calles a través de las plazas marcaba una dirección detrás de un sonido. Caminar por el barrio implicaba encontrar esquinas colmadas de ideas nuevas, trazos del pasado que marcan una nueva dirección. El aroma de los árboles en primavera y de la neblina en noviembre estimulaba a descubrir la sensación de cada calle.
Virginia exploraba los recovecos, a veces solitaria y otras con su hermana Vanessa. Era la época en la que las faldas largas debajo de la rodilla en sincronía con sombreros abombados o amplios componía el estilo del tiempo. El color gris tenue combinado con el lavanda vestían los pasos de Virginia. “Tengo que acordarme de escribir sobre mi ropa la próxima vez que sienta el impulso de escribir. Mi amor por la ropa me interesa profundamente, sólo que no es amor, y tengo que descubrir que es” componía en sus diarios.
Doblar cada esquina en el barrio implica un encuentro distinto. Virginia y su grupo de amigos eran asiduos al pub “Club 17”, el cual matizaba sus paredes con una decoración colonial inglesa, había cuadros y libros apilados en un entorno inspirado en los clubes de fumadores del siglo 20: era un pub secreto con jazz en directo al modo y al tono de la época.
Esta era la vitalidad y la energía que se vivía en el barrio de Bloomsbury. Los jardines de Russell Square, el número 44 de Bedford, casa de Ottoline Morrell y lugar de reunión del grupo, el número 33 de Fitzroy Square casa de los talleres Omega donde se fabricaba cerámica, muebles e interiores al tono y la mirada de la esencia artística de Bloosmbury.
Desde el tercer piso en la casa 52 de Tavistock Square, sobre un escritorio revestido de libretas con notas a veces ilegibles, Virginia contaba, colmada de un presente, los instantes de sus pasos por el barrio. Escribía acerca de la luna llena y de los trenes nocturnos atestados de la gente que se va de Londres, al tiempo que recordaba las calles que en su merodeo por el barrio desarmaban las palabras que volvían con ella. El aroma a madera, a tinta y a papel inundaban los pasillos de la casa sólo para volver al recuerdo de las calles.
El sonido del tráfico que recorre las calles de Londres cruza inadvertido frente al Museo Británico que vive en el mismo barrio. Las calles se conectan por un pasado y un presente hasta llegar a la Biblioteca Británica en donde resuena la historia de miles de libros que cuentan la memoria de este barrio.
Las calles de Bloomsbury son los diarios de Virginia, los cuadros de Vanessa y la correspondencia con sello, los pasos de Clarissa Dalloway y la ráfaga de Orlando.
Son el eco de un grupo de amigos que creyeron en la libertad de las ideas, de un universo colmado de infinitos y de una vida sin atajos.
Y es a partir de esta historia que el amor a la tinta se repite en sus calles, en el elogio a los pinceles y los colores, en el resplandor de una época inspirada en un barrio donde nunca existirá una calle suspendida en el olvido.
1. Ensayo incluido en el libro Moments of Being publicado en Gran Bretaña en 1976.
* Como dato informativo: La historia del barrio de Bloomsbury se remonta a los siglos XVII y XVIII. Fue fundado por la familia Russell y se consideraba como una zona residencial con estilo y de moda.